Caminé sobre la arena blanca hacia el centro de la isla, donde la solitaria piedra imprimía la certeza de vigilarlo todo y sonreír... La distancia para llegar nadando hasta la isla había sido agotadora, y a causa de ello, caí de rodillas cuando me venció el cansancio. Al intentar ponerme de pie oí una voz estruendosa que me hablaba:
— Hola. — Con un gran esfuerzo levanté mi cabeza y miré hacia arriba; luego, grité una pregunta al pétreo ser que me saludaba:
— ¿Qué haces aquí? — Y la roca contestó:
— Te estoy esperando, bienvenido. — Su superficie estaba perlada de gotas de rocío que brillaban al sol y se condensaban en un cuenco natural. ¡Por fin, agua para beber! ¡Mucha agua!
— ¿Eres un dios? — Quise saber, y el guardia de piedra guiñó y me respondió en tono compasivo:
— Soy un dios no vivo y no creador. Puedes rendirme culto si lo deseas, así tal vez te sientas mejor y descanses. — Entonces, decidí que la piedra vigilante debía estar en lo correcto y le dije de buena gana:
— Claro, mientras yo viva aquí, perdido en el océano, y quizás también después, cuando me encuentré lejos de este laberinto, tú serás uno de mis dioses favoritos.
¡Uf! ¡Tanto tiempo sin redactar! Se empolva uno... le faltaba corrección de estilo. Me parece que después de la manita de gato que le di, ya es más legible... Pensaba mandarle una avioneta para que encontraran al personaje, pero mejor después.
ResponderBorrarEl Dios de lo relativo, pues relativa es la verdad según de quién venga la historia.
ResponderBorrarTe dejo un abrazo, trago de volver y algo me detiene. =D
Bueno, esa fue la pareidolia-experiencia-religiosa-alucín del personaje. Saludos.
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